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Piratas

Viendo a lo lejos del horizonte, por donde las figuras de los barcos sellaban lo infinito del mar a lo eterno del cielo, de repente se le ocurrió una fantasía. Cogiendo las espadas de juguete, dijo,

“¡Vamos, Pedro, vayamos a salvar a tu madre de las piratas de la isla!”

Le tiró una espada mientras corregía la curva en la suya. Amarrándose su camisa por la cabeza, dio señal de tener mucha discreción.

“Recuerda que los piratas son nefastos y borrachos. Podremos rescatarla, y traerla a nuestro buque en el mar, pero tendrás que combatir valientemente contra los enemigos, ¡que se despertarán en cuanto sienten nuestro escape!”

“¡Si, mi capitán!” Río su niño Pedro.

Y así empezaron su ingreso hacia los interiores del peligro más grave de los trópicos: piratas en plena siesta. Esteban guiaba el camino, apuntando los piratas dormidos para no pisarlos, que seguramente resultaría en su fin. Pierna por aquí, paso por allá… pero en un momento de torpeza infortuna, perdió su balance y terminó formando con su cuerpo invertido un puente sobre un adversario particularmente feo.

“¡Qué mal huele, Pedro! ¡Ven, ayúdame!” susurró con una mueca por haber pisado arena sembrada con conchas pequeñas.

Vino el niño en seguida a rescatar su amo, más con su ánimo de corazón que con la fuerza de su brazo, pero le bastó.

“Ya casi llegamos. ¡Con cuidado para que no se asuste!”

Se aproximaron en puntas de pie a la manta donde estaba Pilar acostada tomando sol. Su pelo brillaba como hierbas de azafrán y jugaba con las brisas. Esteban se acercó, guardó su espada, miró de un lado al otro, y con un movimiento decisivo como una gaviota la cogió en brazos y la subió de la arena, ella soltando un socorro sin que pudiera ni rescatar el libro que cayó de sus manos.

“Princesa Pilar, estrella del norte, somos los caballeros sin caballos, navegantes reales de vuestra patria, ¡que hemos venido a rescatarla de sus opresores, estos piratas sin maneras!” Dijo mientras la giraba hacia el mar para enseñárselas.

“¡Pero ahora veo, princesa buena y alegre, que mis palabras dichos en entusiasmo y victoria han despertado a nuestros enemigos! ¡Pedro, prepárate, y haznos camino hacia nuestro buque en el mar! ¡Con coraje, Pedro!”

Y así empezó la mayor batalla de sus careras como marineros reales. Se combatió espectacularmente y con heroísmo. Su utilizó espadas, lanzas, dagas y otros armamentos jamás documentados. El buque desde el mar lanzaba balas de cañón como fuego supresor. Pedro recibió heridas, pero las alabanzas de la princesa fueron su bálsamo efectivo. Llegando al agua, los peligros no terminaban.

“Advierto, tesoro de la patria, que el camino al buque es corto, pero pecaminoso. ¡Mira! ¡Ahí mismo está pasando un tiburón que te quiere merendar los pies!” La dijo Esteban mientras subía sus piernas del agua. “¡Y ahora este otro su dulce rostro de postre!” Y así la mecía de un lado al otro dándola cosquillas. “Pero no, ¡ahora me está probando los muslos! Hay que subir al buque, la tengo que soltar. ¡Pedro, la voy a lanzar y tú la rescatas!” Pilar le agarraba, que lo veía venir con partes iguales de gracia y temor. “El agua es frío, ¡preparase! Cuento a tres… Un… dos… ¡¡hasta pronto!!” Y lanzándola con todo su esfuerzo, alto por el aire, volvió a disciplinar el tiburón hambriento mientras Pedro vino a la rescate y guía de ella. Habiendo subido todos con risas al buque, cuyo dimensiones no quedaban claras, se finalizó la drama, y se ofreció a la princesa Pilar y el triunfante marinero Pedro navegar a donde quisieran sus imaginaciones, o en cambio, sus estómagos.

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